Detuvieron a Álvaro Guevara una noche de frío y niebla en su casa de París.
Lo llevaron a un campo de concentración y ahí lo mantuvieron preso, con un tatuaje en el brazo, hasta el fin de la guerra. Hecho un esqueleto humano salió del infierno, pero ya nunca pudo reconocerse. Vino por última vez a Chile, como para despedirse de su tierra, dándole un beso final, un beso de sonámbulo; se volvió a Francia, donde terminó de morir.
(Pablo Neruda, Confieso que he vivido)
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